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Parroquia.
SAN ROQUE.
INFANCIA. Una de las tradiciones más populares dice que San Roque nació en Montpellier, Francia, entre 1.295 y 1.300 y que murió en 1.327
Otros estudiosos de este santo afirman fechas diferentes como A. Maurino quien sitúa la vida de este santo entre el 1.345 y 1.376; A. Fliche lo ubica entre 1.350 a 1.379. La razón de estas dudas está en que su biografía se escribió muchos años después de haber vivido el santo.
Su padre se llamaba Juan de la Cruz, gobernador de Montpellier y su madre Liberia, ambos vasallos del rey Jaime de Aragón, muy nobilísimos y de cuales gozaban de buen prestigio por sus obras de caridad y práctica de las virtudes cristianas. Eran muy devotos de la Santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén y fue el Señor, quien por medio de ella, les concedió el hijo tan anhelado. Habían sido bendecidos con muchas riquezas, pero lo que más le pedían al Señor era un heredero que colmara su gozo y diera continuidad a su labor en favor de los necesitados.
Escuchados por la divina providencia, doña Liberia da a luz un hijo varón al cual se le coloca el nombre de Roque, según se ha entendido siempre. Hay investigadores que dicen que, “Roc” ó “Roque” pudo ser su apellido ya que por aquella región existieron otras personas con este apellido.
Se dice que nació con una cruz grabada sobre carne viva que adornaba su pecho por el lado izquierdo y que, según la leyenda que hay de él, era presagio de su futura santidad. Algunos escritores de sus biografías nos lo presentan como un niño que comenzó a temprana edad a practicar la penitencia a su cuerpo y al mismo tiempo la mortificación en cosas que veía no convenían para su alma. Un niño piadoso fruto de una familia amante de Dios. Era normal, en la medida que crecía el incrementar sus penitencias y sacrificios que favorecieran su relación con Dios hasta el punto que fue modelo de abstinencia y virtud.
Su educación no podía ser inferior a sus virtudes religiosas. Gran estudioso y aplicado sirvió de ejemplo para muchos de sus compañeros y al mismo tiempo fue marcando el temple de su carácter sobrio y humilde. Algunos biógrafos afirman que siempre ocupó los primeros puestos en la escuela donde estudiaba. Sus padres le amaban entrañablemente con un amor inigualable pues era el hijo dado por el Señor a sus peticiones y era la esperanza de tantos proyectos futuros. La muerte los arrebató a su corazón y Dios los llamó al premio eterno.
LAS GRANDES DECISIONES. Habiendo perdido a su padre a la edad de doce años y a su madre cuando contaba con veinte y no teniendo nada en este mundo que le pueda retener por ese amor filiar ve necesario hacer opciones transcendentales; toma una determinación que va a marcar toda su vida y al mismo tiempo hará cambiar el rumbo de muchas cosas en su ciudad natal: desprenderse de lo mundano y entregarse únicamente al servicio de Aquél que nunca falla.
El piadoso padre, en los momentos de su vida y al punto de dejar este mundo, dio a su hijo las últimas recomendaciones: Queridísimo hijo mío, mi único heredero, tú ves que debo dejar esta vida terrena después de la cual espero, por la misericordia de Dios, entrar en el reino de los Cielos. Por eso te dejo por testamento juntamente con el gobierno de la Señoría y la herencia, estos cuatro mandamientos: 1°. Procura servir constantemente a Nuestro Señor Jesucristo; 2°. Sé generoso y misericordioso con los pobres, las viudas y los huérfanos; 3°. Haz uso piadoso de mis tesoros, de los cuales te constituyo dispensador y administrador, 4°. Visita diligentemente los hospitales donde estén los enfermos y los pobres miembros dolientes de Cristo. Y según algunos, hay un 5°. Mandamiento que le pone su padre: ´Sé siempre devoto de la Santísima Virgen´.
Ante ésto, el joven Roque no se deja aplastar por el peso de las riquezas ni quiso que fueran para él o para otros ser motivo de perdición. El alto cargo de gobernador no habría más que aumentar su responsabilidad ante Dios y ante los hombres. Roque decidió seguir un camino más perfecto que lo llevaría a la verdadera felicidad y por eso decidió cederle el título de gobernador a su tío Guillermo de la Cruz.
Decide entrar en la Tercera Orden de San Francisco para lo cual da a los pobres sus riquezas y desposeído de todo se entrega totalmente al Señor del cual quiere hacer su mayor riqueza. Así ponía en práctica la petición del Señor Jesús, como condición de un seguimiento radical a él: “anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo.” (Mc. 10, 21). De ahí que la fiesta litúrgica de San Roque sea el 16 de agosto, pues fueron los Franciscanos los primeros en celebrar este día en su honor.
“El santo joven había dado repetidas pruebas de su virtud y con ellas se había afianzado en el camino de la santidad”.
Tiempo era ya de salir de su casa, de su pueblo para ir a derramar en todas partes los dones divinos. Montpellier era una ciudad demasiado pequeña para desarrollar su apostolado de caridad. Lo esperaban otros pueblos por los cuales debía pasar bendiciendo y sanando. Lo esperaba Italia miserablemente azotada por la peste.
BUSCANDO LA SANTIDAD. Habiendo organizado todo y una vez tomadas las decisiones radicales que exige la vida cristiana de vencer todas las tentaciones que pone el mundo, comienza su peregrinar hacia Roma. A medida en que entraba en Italia, veía la realidad de la terrible epidemia de peste que azotaba a este país.
Movido por su amor y basándose en los conocimientos que tenía de la medicina de su tiempo, se dedicó a colaborar en la atención a los enfermos. Limpiaba las heridas, ayudaba a transportar a los enfermos y ayudaba a morir cristianamente. Iba a las casas y entrando en ellas socorría a los que allí se encontraban presos de esta enfermedad. A fuerza de oración, cariño, entrega y gracias a su fe profunda en el Señor logró que muchos recobraran la salud milagrosamente. Por esto último es que en algunos países los enfermos tengan a San Roque como su patrono hasta el punto que tienen la creencia que con solo hacer la señal de la cruz sobre las llagas éstas sanaban, otras veces no, pero sanaban las heridas del alma.
Con esta labor tan meritoria a los ojos del Señor y con la satisfacción de haber brindado ayuda tanto espiritual como material a muchas personas, se dispuso a volver a su tierra. Es entonces cuando surge una nueva misión en su propio ser: asumir en su propio cuerpo la enfermedad de la peste y tener que soportar todas las consecuencias que eso suponía. Lo más fuerte para él fue el ver que la gente, olvidando todo el bien y la entrega incondicional que había hecho por los enfermos, ahora le daban la espalda y lo dejaban totalmente solo y con el estigma de todo enfermo. Se encontraba ahora más que nunca abandonado de todos menos de Dios; precisamente por haber hecho tanto el bien.
Es el tiempo más duro de la vida de Roque pues de todo lado es echado encontrándose totalmente solo y sin la ayuda de nadie. Su recorrido por Italia le había abierto y dado el camino a la Santidad, pero las consecuencias son duras e inhumanas ante la falta de caridad que encuentra de los demás aquél que tanto amor dio a los enfermos en su peregrinaje brindando la salud de Dios.
La postración y el abatimiento se apoderaron de él, estando en Placencia (norte de Italia); los desmayos eran frecuentes, la fiebre ardentísima y finalmente apareció un bubón en la pierna izquierda, la carne se gangrenó; la fiebre lo postraba cada vez más, al dolor seguía el delirio.
Sin fuerzas, con alta fiebre, apenas llegado al atrio se vio, obligado a descansar en un rincón, luego se puso en marcha en busca de un lugar solitario. Ante tal situación San Roque opta por refugiarse en un bosque cercano al castillo de Sarmato haciendo de él su morada. Solo el Señor sabe cuánto sufrió este nuestro santo durante el tiempo que permaneció aquí sin el amor de las personas, pero sin duda con la inmensa presencia de la Divina Providencia. Se dice que en este bosque recibió muchas bendiciones del Señor, gracias a las cuales logró superar muchas de las pruebas que se le presentaron.
SAN ROQUE Y EL PERRO. Estando en esta situación es cuando aparece el prodigioso perro que en cada visita le trae un pan que le proporciona para su sustento. Es otra señal de la protección del Señor que recibe San Roque, de la cual se servía para brindarle el pan cotidiano, después de haberle provisto de agua en otro prodigio de su amor por su fiel servidor. Este hecho prodigioso explica la razón por la cual prevaleció la costumbre en el arte cristiano de representar al Santo acompañado de este fiel amigo.
Todos los días el animal tomada de la mesa de su amo un pan que enseguida le llevaba a Roque depositándolo a su lado para que éste lo comiera. El dueño del perro, el señor Gotardo Palastrelli quien vivía en un Castillo cercano desde cuando se había desatado la peste, al principio no hizo caso ante la acción del animal, pero luego, llevado por la curiosidad, lo siguió. Después de mucho andar entre los árboles y malezas, vio al perro entrar en la cabaña donde se encontraba Roque. Maravillado y siempre más curioso, lo siguió y cuál no fue su sorpresa cuando vio a un hombre extenuado que recibía con gozo al perro fiel que echándose a sus pies le lamía las llagas. Se dice que Glotardo fue el primer discípulo de San Roque y decidió dejar sus riquezas para seguir el ejemplo de vida de nuestro Santo.
Vivamente conmovido e impresionado por este espectáculo estaba por entrar en la cabaña, cuando fue detenido por una débil voz: “¡No hermano, no entres, quédate lejos porque soy un contagiado de peste violenta!” Y le mostró la llaga de su pierna izquierda.
Bastó oír el nombre de la peste y el haber visto la llaga para que aquel noble hombre retrocediera rápidamente huyendo.
Durante la noche no pudo dormir y al día siguiente, avergonzado por haberse dejado superar en generosidad por su perro, resolvió volver a la cabaña para administrarle los cuidados necesarios y hacerlo transportar al hospital de la ciudad.
El asombro de Glotardo siguió aumentando cuando reconoce en Roque al Santo taumaturgo que había sanado milagrosamente a todos los apestados y quería llevarlo a toda costa a su Castillo, pero el santo no accedió y prefirió seguir viviendo en la gruta y con estos cuidados pronto Roque se restablece bastante de su enfermedad y se decide a seguir su camino de regreso a su ciudad.
REGRESO A CASA. La peste había terminado ya y de este modo también terminaba la misión de misericordia de Roque. Él había ido a Roma para venerar las tumbas de los Príncipes, de los Apóstoles y otros lugares sagrados de la capital del mundo católico y para curar a los apestados. Había visto a Roma; allí había orado y obrado prodigios y muchas ciudades experimentaron los efectos de la obra de Salvación del Señor por medio de él y con su salud bastante restablecida ve oportuno volver a su tierra; se dirige a Montpellier donde espera encontrar un ambiente propicio a sus ideales, pero no es así.
La ciudad de encuentra en guerra y como Roque estaba tan cambiado a como lo conocían, no lo reconocieron y lo creyeron espía de los enemigos. Y era que su aspecto estaba desfigurado, débil y mal vestido. La noticia del espía llegó a oídos del Gobernador quien sin dudar lo mandó a detener, sin saber que el retenido era su mismo sobrino.
Sometido a un largo interrogatorio nada alegó en su defensa, sólo dijo: ”¡Soy un pobre siervo de Cristo y peregrino!” El gobernador, ante tales palabras vio confirmada su sospecha y ordenó fuera encerrado en la cárcel.
Esta situación la toma como una gracia más para ofrecerle al Señor y es así que no se da a conocer a nadie llegando a estar allí durante cinco años sin que se den cuenta de su identidad y sin que recibiera privilegios en comparación con otros presos. Cuentan sus historias que los carceleros se asombraban de que no alegara ni renegara por los malos tratos y la mala alimentación que allí recibía.
Cuando sintió cercano el momento de entregar su alma al Señor, logró que el Gobernador le facilitara un sacerdote y después de recibir los Santos Sacramentos, Roque, rogó al piadoso Ministro lo dejara por tres días en completa soledad para prepararse bien para el gran paso hacia la eternidad.
Habiendo conocido el sacerdote la inocencia de Roque, rogó al Gobernado para que dejara en libertad a aquel pobre peregrino, pero todo fue inútil. Y cuando la gente reaccionó fue demasiado tarde: Roque había acabado de entregar su alma al Señor el día 27 de agosto de 1.327, a la edad de 32 años. Será después de fallecido cuando lo reconocen por la marca en forma de cruz que tenía en su cuerpo.
Cuando descubrieron el cadáver, cuenta la tradición, que debajo de su cabeza había una inscripción en una tablilla que decía: “Todo el que invocare el nombre de Roque, quedará libre de peste”.
LA PROCLAMACIÓN DE SU SANTIDAD Y EL FERVOR DE LOS PUEBLOS. El pueblo no tardó en proclamarlo Santo. Las virtudes, los prodigios, la muerte extraordinaria acompañada de hechos maravillosos, eran señales evidentes de su santidad, por cuyo motivo todos se sentían espontáneamente impulsados a invocar al nuevo héroe de la caridad cristina la devoción no se limitó solo a Montpellier sino que pasó fronteras francesas y en pocos años se extendió en toda la iglesia. En todas partes los fieles se encomendaban a su protección.
Multitudes innumerables llenas de entusiasmo acudían a tributarle culto; de esta manera la devoción a San Roque se estableció en las almas de sus devotos mucho antes que la Iglesia hiciera el reconocimiento oficial.
EL MILAGRO DE CONSTANZA. Si en los documentos no consta que fue canonizado con toda solemnidad de costumbre, la iglesia lo reconoció digno de culto público y lo confirmó en modo definitivo el año 1.414 a raíz de una gracia extraordinaria alcanzada por la intercesión de San roque, durante el Concilio de Constanza.
A raíz de grandes problemas que sufría la Iglesia por los deseos desaforados por el poder, por parte de algunos jerarcas y algunos otros males morales de la época, se convocó un Concilio en Constanza (Suiza), el año 1414.
Dicho evento atrajo una inmensa muchedumbre de distintas personalidades religiosas y civiles de todas las naciones. Más he aquí que entre aquella multitud se notaron síntomas de peste que pronto causó víctimas. El espanto y la consternación fueron grandes, en modo especial entre los Padres conciliares que se vieron obligados a suspender las sesiones. En la confusión producida, algunos italianos y franceses, recordando los prodigios de San Roque a favor de los apestados persuadieron a los fieles a que se encomendaran a su protección. La propuesta fue recibida como un oráculo. Comenzaron las plegarias al glorioso taumaturgo y los dirigentes fijaron un día en que, después de ayunar y orar se hizo una solemne procesión con la imagen del santo. No se Oró en vano. La procesión no había terminado y el flagelo había desaparecido.
San Roque había conseguido la gracia. El gozo fue indescriptible, y la muchedumbre unió al entusiasmo la devoción y el reconocimiento. De regreso a sus respectivos países propagaron la devoción al santo. Aquel notable acontecimiento fue motivo para que los fieles se consolidaran más en su devoción y ésta se propagara por todas partes
EL POZO DE SAN ROQUE. La tradición nos dejó grandes recuerdos de San Roque, entre otros, la casa donde nació, el pozo, el banquito de piedra sobre el cual descansó cuando llegó a Montpellier de regreso a Italia, el bastón que usó en los largos e incómodos viajes, la ollita y la capillita.
La casa estaba situada en Montpellier en la esquina de las actuales calles de la Logia y de los Tesoreros. Ahora nada queda de ella y en su lugar hay otros edificios. Los fieles saben indicar todavía el sitio donde ésta se levantaba.
También el pozo cavado por los antepasados de San Roque se conservaba como precioso recuerdo. El día de su fiesta los fieles sacaban agua de él a la que atribuían la virtud de perseverar contra la peste.
Como ya dijimos, los Padres Tridentinos de Montpellier iban en procesión el día de su fiesta cantando: “Ave Roche sanctissime nobili natus sanguine. Crucis signatus schemate sinistro tuo latere”.
El banquito estaba situado en la esquina de las calles de la Alguillerie y de la Vieille Aiguillerie, y los niños se abstenían, por respeto, de subir y de jugar sobre él. En la pared de la casa, contra la cual estaba el banquito, se fijó una imagen del Santo hecha de piedra y se cuenta que durante un altercado que tuvo lugar allí cerca, la imagen se desprendió de la pared y cayó sin herir a nadie. El hecho se consideró como milagroso y los dos litigantes se reconciliaron. El bajo relieve fue sustituido por una pequeña estatua que luego fue destruida por la Revolución Francesa y así no quedó vestigio alguno del banquito ni de la estatua, pero aún se conserva una lámina de mármol en la esquina de la calle Aiguillerie y de la Vieille Aiguillerie, en el fondo de la calle Pila Saint Gely, que lleva esta inscripción: “Aquí, según la tradición, el pobre Roque, cansado de sus trabajos, a su regreso a Montpellier, se sentó en un banco y fue detenido”.
Otro recuerdo que se conservó por mucho tiempo fue el bastón del grueso de un brazo y alto un metro sesenta centímetros con aro de hierro en los extremos y un querubín en bajo relieve esculpido por el mismo santo.
Lo conservaban los Padres Trinitarios de Montpellier, en un armario de la Capilla de San Roque, levantada con tal objeto. Pero durante la Revolución Francesa siguió la misma suerte que otros objetos religiosos.
La ollita es el único recuerdo que queda y se conserva en Roma en la Iglesia de San Marcelo. Finalmente, otra reliquia que queda es la capilla que mandó construir el tío de San Roque con el fin de guardar los sagrados restos y celebrar el aniversario.
LAS RELIQUIAS DE SAN ROQUE. Como ya dijimos, el cuerpo de San roque fue primeramente inhumado en la catedral y luego trasladado a la Iglesia que hizo levantar el tío del santo donde, por espacio de muchos años, hizo notables prodigios.
En el año 1.372 parte del cuerpo fue llevado a Ariés. El Mariscal de Francia, Gofredo de Boucicult, enviado por el Rey a Montpellier para apaciguar el Lenguedoc y poner fin al cisma siendo devotísimo de San Roque, pidió y recibió, como recompensa por los servicios prestados a la ciudad, parte de las reliquias de San Roque que luego donó a los Trinitarios de Ariés. En Ariés, así como en otras ciudades de Europa, deseaban y pedían algunas reliquias del glorioso peregrino, como segura defensa contra las epidemias, en 1.501 el Rey de Granada recibió un hueso de dorso; otro hueso llamado espondil fue regalado al cirujano del Rey de Francia, Francisco I; parte del cráneo fue donado a los Trinitarios de Marsella y otras reliquias fueron llevadas a París, Turín y Cesena.
A Roma fue donado el brazo derecho. En Montpellier nada se conserva porque los Venecianos robaron lo que quedaba del santo, en el año 1.485. En aquellos tiempos Venecia ocupaba un puesto de primer orden en el comercio por el continuo tráfico con el oriente y estaba expuesta a epidemias puesto que la peste era casi continua en los países orientales de Europa. Conociendo los prodigios obrados por San Roque deseaba ardientemente poseer algunas reliquias en la seguridad de no contagiarse más desde ese día en que la ciudad pudiera venerarlas. Como no era posible conseguirlas por medios legales, resolvieron robarlas a Montpellier.
El año 1.485 doce venecianos en traje de peregrinos desembarcaron en Algues y llegaron a Montpellier para hacer una novena a San Roque. Su singular comportamiento humilde y recogido y las continuas visitas a la iglesia de las reliquias, edificaron mucho a los que los veían pasar por las calles de la ciudad. Cuando la iglesia debía estar cerrada ellos se quedaban allí orando, y, como los devotos de la Escuela Santa de Roma, daban vueltas de rodillas alrededor de la urna rezando en alta voz. Pero apenas se hubieron retirado, después de los nueve días, los encargados de la iglesia observaron que la urna estaba hábilmente limada y vacía. La consternación fue general al saber lo acaecido. Se quiso perseguir a los ladrones, pero era demasiado tarde pues se encontraban ya en alta mar. En Venecia las sagradas reliquias fueron recibidas triunfalmente por el clero, las autoridades y todo el pueblo. Fueron guardadas primero en la iglesia de San Marcos y luego en la iglesia dedicada al Santo Peregrino.
Otras reliquias se encontraban en España, Francia, Suiza y en regiones de Europa. La esposa de Luis XV habiendo hecho construir una capilla en honor de San Roque, pidió algunas reliquias a Monseñor de Jumillac, Arzobispo de Ariés, por la carta fechada el 11 de octubre de 1.764. El prelado, para satisfacer la devoción de la piadosa Reina hizo abrir la urna y extrajo uno de los huesos mayores y lo remitió a la casa real.
EL HOMENAJE A SAN ROQUE. Un santo tan conocido e invocado, no podía dejar de inspirar a muchos genios, los que, particularmente en el campo de la pintura, lo representaron en distintas formas y circunstancias de su vida. Generalmente se le representa en traje de peregrino, con sombrero de grandes alas, calabaza, bastón y acompañado de un fiel perro que lleva un pan en la boca, para significar aquel perro que durante la enfermedad de San Roque le llevaba pan, como un medio de la divina providencia para con su servidor. Su vestido es una túnica y en la mayoría de las veces por encima una capa y con su pierna derecha mostrando una herida sobre la rodilla.
Otras veces lo pintan con San Sebastián, invocado también contra la peste y algunas veces con San Jerónimo, Santa Elena y San Vicente Ferrer. Estas pinturas, muy expresivas y de gran valor artístico, se ven en muchos lugares. Se puede afirmar que, después de la Virgen, en pocos santos se inspiraron tanto los artistas como en San Roque.
Esto nos lleva a confirmar la gran popularidad de la devoción a este santo y como su nombre ha resonado en muchos pueblos de la tierra donde ha sido invocado sobre todo en momentos de calamidad por las pestes que se han acaecido en diversos momentos de la historia humana. Son muchos los pueblos que llevan su nombre, mucho más las personas que fueron bautizadas así y de las Parroquias que han sido puestas bajo su patrocinio.
La devoción a San Roque nos hace sentir la necesidad de rendirle homenaje a nuestro Dios por brindarlos la fortaleza en la fe, sobre todo en los momentos de dificultad y además de agradecerle por darnos en santos como éste a verdaderos modelos de entrega incondicional y de sacrificio todo en nombre del Señor y salvador Jesucristo.
Esto es una prueba evidente del reconocimiento unánime de su extraordinaria santidad y que Dios lo glorificaba continuamente en la tierra donde no buscó otra cosa que bienes celestiales.